5.03.2005

Il Veneto

El fin de semana hizo el mejor tiempo de toda mi estadía en Europa,
tal como el pronóstico anunciaba. Por tanto me vi obligado a hacer
algo más novedoso que dormir hasta el medio día.

Motivado por el precio, tomé un tren a Venecia (Venezia, Wenedig,
Venice). Ésta vez preferí tomar uno de esos trenes nocturnos con
literas, a modo de evitar dormir sentado una vez más.

Venecia es simplemente un montón de islas esparcidas en el Adriático.
La isla principal está partida en 2 por el "Gran Canal" pero tiene
además un sinnúmero de canales pequenhos por todas partes. La ciudad
está unida a la costa italiana por un estrecho angosto por donde pasa
el tren. La ciudad que queda al otro lado se llama Mestre, es algo así
como la extensión continental de Venecia. Alrededor de la isla
principal hay múltiples islas más pequenhas, como Murano, Burano, Lido
y otras decenas que no recuerdo.

En ésta época ya se puede evidenciar una presencia importante de
turistas (apenas encontré un hotel disponible), aunque según dicen en
verano es muchísimo peor. Las calles son estrechísimas, serpenteantes
y hacen de la urbe un verdadero laberinto. A veces un camino termina
en un río o en un callejón sin salida; uno puede dar vueltas y vueltas
por la ciudad perdiéndose en las esquinas. En la ciudad prácticamente
no hay autos. Los buses y autos llegan sólo hasta una plaza en una
orilla de la ciudad. Más allá ya no es posible porque realmente no hay
espacio para que un auto pueda hacer gran cosa. Sin embargo, los
barcos y botes hacen el trabajo. Existen taxis e incluso buses. Los
barco-buses tienen paradas fijas y son el medio más barato aparte de
los pies. La gente en general también tiene sus botes y lanchas
personales. También existen las góndolas típicas, que funcionan a
fuerza de brazo de un remador.

Las casas son todas antiguas, húmedas. La gente sale por las altas
ventanas y habla con los vecinos gritando animadamente. Muchas tienen
puertas y frontis que dan hacia el agua. Diversos puentes cruzan los
eventuales ríos de tanto en tanto, algunos de madera, otros de piedra
o ladrillo. También resulta inevitable pasar por los varios mercados
que tiene Venecia. Si bien algunos son puramente artesanales, otros se
dedican a la venta de comestibles. El mercado más grande tiene una
extraña semejanza al mercado 25 de Mayo. Puestos de frutas, verduras,
pescados, legumbres, gente que ofrece, que grita, que carga bolsas,
que trae baldes, que paga…

Tampoco era posible pasar por alto las numerosas iglesias que se
atrevieron a hacer allí. En ciudades italianas antiguas como ésta
tienden a hacer tantas iglesias que nunca es posible ver todas. Torres
de ladrillo que se elevan y campanarios que repican cada hora.

El centro y principal atracción de Venecia es sin duda la plaza de San
Marco. Allí está la Piazza, el Museo, El Palacio Ducal y por supuesto
la Catedral de San Marco.

En la Piazza tocan constantemente grupos de música clásica o jazz.
Pequeñas agrupaciones con piano, violín, contrabajo y chelo. Mientras
algunos comen pasta o toman un helado (Tiramizu!!!) otros ven las
chucherías que venden los ambulantes.

La catedral tiene la particularidad de tener todas las cúpulas y arcos
interiores enteramente revestidos de mosaico. Innumerables figuras
minuciosamente cubren muros y techos de la catedral. La mayor parte de
los mosaicos son dorados, de modo que el efecto al interior es
sencillamente único. La tradición indica que los restos de Marcos el
Evangelista están verdaderamente en el lugar, es por eso que el santo
y su simbólico león son los símbolos incontestables de la ciudad. La
torre del campanario está extrañamente separada del resto de la
catedral, pero da una vista increíble de la ciudad y el puñado de
islas que la rodean.

Anexo a la catedral está el palacio ducal. La república de Venecia
existió por centenas de anhos hasta su final al término del siglo 18.
Por mucho tiempo la autoridad de la república estaba representada por
Il Doge, una especie de presidente que regía el estado marítimo. Il
Doge, si bien era la máxima autoridad, era elegido y respaldado por
una serie de organismos e instancias políticas muy fuertes. El senado,
el colegio y el consejo máximo, aparte de una serie de tribunales de
justicia, funcionaban en el mismo edificio: el Palacio Ducal,
exquisitamente decorado y trabajado. Hoy funciona como museo.

El contraste del esplendor veneciano y la cruda realidad se hacen
evidentes al ver las prisiones y celdas de Venecia. Contiguas a las
salas judiciales del palacio ducal, están las celdas de los infames
calabozos de la Serenisma. Es increíble que solamente atravesando un
corredor, uno pueda pasar de la opulencia extrema, a la miseria más
exagerada.

Los italianos aquí parecen menos estresados que en Roma. Hay un raro
sentimiento de tranquilidad que invade automáticamente. A pesar de las
multitudes y el ruido de los italianos, hay una sensación de ligereza,
calma y de despreocupación. Es paradójico, que mientras ahora La
Serenisima invita a descansar, hace 500 años era la cuna de marinos y
navegantes, dispuestos a someter a quien osara desafiar el dominio
Veneto.