3.24.2010

Marrakech Express

Las montañas del Atlas salpicadas de nieve, parecen estar pintadas en un cielo ajeno, cuando se las mira desde la ciudad roja de Marrakech. En la tierra de los bereberes, bajo un sol inagotable, el agua que cae por las cascadas de los nevados es un verdadero milagro. Uno que pinta de verde y llena de cultivos un lugar en el que uno habría imaginado solo arena y roca.





















No es sorpresa que un lugar de tanto contraste de origen a una cultura de intercambio constante. Hoy es patente en la facilidad de todo un pueblo para adaptarse a la invasión. Ahora no son romanos ni vándalos ni godos. Tampoco son los árabes que en algún momento trajeron el Islam y su cultura. Son europeos que ya no vienen a conquistar sino a ser cautivados. Algunos por el ruido de los souks laberinticos y la habilidad de sus mercaderes. Otros tal vez por la arena infinita de los desiertos y los camellos q los transitan. Tal vez otros por la herencia de la edad de oro islamica, en una época en que europa intentaba salir del caos medieval.


































La mezquita de la Koutoubia, o la escuela coránica de Ben Youssef, o las tumbas Saadies y el Palacio de Baadi, la puerta de Bab Agnau. Todas parecen de mundo muy distante. De alguna leyenda fantástica, salida de un sueño. Es esa magia la que se queda contigo y el polvo rojo que traes de Marrakech.