9.20.2006

Jamming en Bern

De vez en cuando conviene estallar. Hacer un vaciado total, borrar los predicados de la pila mental. Hacer un reset sin preguntar si “desea guardar sus cambios”. Así que hubo que desplazarse a Berna, la capital federal, para celebrar la llegada de ciertas leyendas vivientes.

Seattle en los 90s intentó curar los males de los desafortunados 80s, lanzando bandas que hoy ya se hacen espacio en el panteón de los rockeros viscerales. Pearl Jam es una encarnación de esa línea dura y fiel a las raíces, que intenta evitar las omnipresentes tentaciones de la industria.

Con botella en mano y aspecto de leñador, Eddie Vedder se presenta ante el público bernois. Lo escoltan los fieles alfiles Stone Gossard y Jeff Ament, seguidos por el legendario Mike McCready y el ahora “oficial” batero Matt Cameron. La sola presencia de los 5 sujetos provoca una estruendosa ola que se traduce en aplastamiento para los que se apostaron delante. Esto no es para nostálgicos, el público revienta de energía y pisotea al que se queda parado. Se nota que se viene algo fuera de lo normal.







Sin mucho preámbulo Pearl Jam saca Animal de su repertorio, con la misma velocidad, sorpresa y violencia con la que el Hombre sin Nombre saca su revolver. Aparte del retumbante bajo de Ament llegan varios cabezazos y manotazos de todas partes, esto es la jungla. El tono no baja y World Wide Suicide tiene un coro suficientemente fácil como para que todos acompañen. WWSuicide, Severed Hand y Army Reserve hacen de embajadores del recientemente estrenado álbum de la banda, que parece bastante bien cargado.



Mike McCready en su esquina, obliga a corear su nombre en cada solo que le toca, quitándole el protagonismo por unos momentos a Vedder. Este último, pide a la tribuna permiso para hablar no en inglés sino en “american”, a modo de sacar unas cuántas sonrisas. Y luego sigue el bombardeo inevitable con Hail Hail, Dissident, Satan’s Bed o Last Exit. Y se responde con todos los alaridos posibles, convulsiones voluntarias, stage divers y la marea humana que se estrella contra la muralla metálica y los agentes de seguridad.

Y por supuesto Pearl Jam no desperdicia el vigor de Berna y saca de la solapa los comodines: Jeremy, Elderly Woman, Better Man y Even Flow. Como para destruir el Bern Arena.
Difícilmente Pearl Jam repite el setlist en sus conciertos así que para los encores se puede esperar cualquier cosa. Arrancan con un viejo recuerdo: Garden, y luego provocan el maremoto de rigor con Do the Evolution: “I can kill ‘cause in God I Trust”. Y para dar fin y despedirse como debe ser regalan una versión aniquiladora de la unánimemente popular Alive.

Pero es evidente que nadie quiere ir tan temprano a su casa así que la aclamación general llama a la banda a comparecer por segunda vez. Y vuelven pateando el tablero: Why Go. E inmediatamente hacen el puente con la contagiosa Rocking in The Free World (panderetas incluidas), para luego finalizar con el himno oficial de despedida, Yellow Ledbetter. Al cerrar Yellow Ledbetter Pearl Jam siente que Berna merece un premio por el salvajismo y hacen un incinerado cover de Little Wing de Hendrix.

Pearl Jam seguirá masacrando Europa por unos meses al mando de Eddie Vedder y su botella, con esa sinceridad brutal y sin encajes, que a veces parece en peligro de extinción.

--fotos: Tinker Taylor --
--video: djungelolja --

9.16.2006

Con Dante por Toscana

Son los últimos momentos medievales de Firenze –o Florencia. A fuerza de batallas fratricidas la urbe se ha ganado el liderazgo regional. Los guelfos han derrotado a lo gibelinos pero se han dividido en dos facciones. Dante Alighieri ha escogido el bando equivocado y es exiliado de su patria. Vivirá el resto de su vida deambulando por la península, maldiciendo a sus jueces y condenándolos al infierno que él mismo se encargó de crear. Dante jamás volvió a Firenze –pena de muerte como excusa- pero hoy, luego de unos cuantos siglos, su figura es omnipresente y su nombre bendecido en cada rincón de su ciudad natal. Quizá porque Dante simboliza la imposible transición entre el oscurantismo medieval y el humanismo renacentista.

La tumba de Dante está en Ravenna pero Firenze tiene otra, vacía y monumental, dentro de la Basílica di Santa Croce. En estilo románico, ésta basílica franciscana alberga sepulcros de vecinos dignos del autor de la Commedia: Gioachinno Rossini, Niccolò Machiavelli, Galileo y Michaelangelo. Y eso es poco si se siguen revisando las listas de artistas y genios que alguna vez se pasearon por las tumultuosas callejuelas de la capital toscana.


Bajo la tutela de la poderosa familia Medici –Lorenzo El Magnífico a la cabeza- los artistas del renacimiento encontrarían el camino de regreso a la ancestral perfección griega, llegando incluso a sobrepasarla. Hoy esa evolución es visible en la Gallerie della’Accademia. El simbolismo y la terrorífica pintura codificada de la edad media contrastan con la magnificencia y sensibilidad humana que despliegan Andrea del Sarto, Ghirlandaio o Boticcelli. Utilizando temas religiosos como excusa, los maestros italianos no controlaban su obsesión por la figura humana. El deseo de reproducir la vida en lienzos y mármoles eternos ocupaba su mente y sus acciones, al punto de lanzarse a los más minuciosos estudios anatómicos, cadáveres en mano. El ejemplo más claro y emblemático de esa visión, de pie en un salón construido exclusivamente para exhibirlo, es el David de Michaelangelo. Tal vez la estatua más célebre de todos los tiempos, David salió de un bloque de Carrara, abandonado en los talleres florentinos y adoptado por un Michaelangelo veinteañero. Más cerca del Apolo olímpico que de la visión judía del Rey David, la figura marmórea observa desafiante a su rival, tal vez sin medir las consecuencias de su próximo golpe, con esa seguridad naïve de quien está dispuesto a arrojarse al vacío antes que retroceder. Es la personificación arriesgada del renacentismo florentino, y hoy tanto la original como la copia que resguarda las puertas del Palazzo Vecchio, aún absorben las miradas de los pasantes insignificantes.

El Palazzo Vecchio ha servido y sirve aún como sede del gobierno fiorentino. Mutación entre palacio y fortaleza, el edificio está coronado por la singular Torre d’Arnolfo, que alguna vez también sirvió de prisión. En los tiempos de gloria de la República fiorentina, los grandes eventos tenían lugar al interior, en el Salone del Cinquecento. Sala monumental como muy pocas hay en Europa, ésta albergaba al desaparecido gran consejo de la república. Los frescos inmensos de Vasari ocupan el alto y ancho de los muros, con escenas idealizadas de la historia toscana, obviamente batallas en su mayoría. Victorias sobre Pisa y Siena reflejadas en combates míticos minuciosamente detallados que no terminan de ser examinados por nuestra limitada vista.

Pero el Palazzo Vecchio no es el único recuerdo de los Medici. A pocos metros la Galleria degli Uffizi es un imán de turistas. Una visita al interior equivale a un paseo por la evolución artística, principalmente entre los siglos XIV y XV. Algunos de los más espectaculares ejemplos de pintura de la Edad Media Baja cuelgan de los muros. Retablos dorados, rostros y figuras desprovistas de toda perspectiva, escenas macabras yuxtapuestas a sublimes; toda la turbia mente medieval está comprimida en esas pinturas. Pero en un momento de la historia -transpuesto a un momento en la exposición- cierta gente decidió observar su mundo y celebrar la vida (con financiamiento de por medio, por supuesto). La transición generacional es fantásticamente representada por Filippo Lippi y su hijo Filippino. Unas pocas décadas y la diferencia es incuestionable, y eso que no se trata de un maestro del tamaño de Botticcelli, que por cierto tiene una sala propia en la Galleria. Y por razones obvias. El lazo entre el renacimiento florentino y la Grecia clásica se hace explícito en el Nacimiento de Venus, en el reconocimiento divino de la naturaleza humana. Y de ese modo, a través de cada lienzo, de cada Rafaello, Tiziano o Ghirlandaio, la Galleria degli Uffizi presta al azaroso curioso un pedazo del mundo de hace 500 años, retratado por los pinceles mas aventurados. Una sección final de la Galleria rinde tributo al sinónimo de Genio, Leonardo da Vinci, no solo a través de su pintura sino sus otras y múltiples ocupaciones. Si alguien se aburre de ver a la Gioconda, atrévase a imaginar a San Jerónimo, concluido. Difícil imaginar la perfección encima de la perfección.

Saliendo de Uffizi se llega en pocos pasos a orillas del Arno. Verde y algoso, afortunadamente no pestilente, el río está debidamente canalizado, como recuerdo de más de un rebalse. Y en medio, el Ponte Vecchio, dotado de una sobrepoblación de joyeros que literalmente han instalado sus comercios EN el puente. Ninguna novedad en la promiscua Europa medieval; una extraña excepción en estos días. El Puente Viejo conduce a la parte “nueva” de la villa, en la que se destaca inobjetablemente el Palacio Pitti. Otro recuerdo de los Medici, aunque en un estilo más imponente que elegante. Eso no impide sin embargo que se exhiba una colección importante de obras, Tiziano, Raffaello y el infaltable Rubens incluidos. El Palacio albergó a los Medici hasta la extinción de la línea, para luego ser ocupado por personajes tan dispares como Vittorio Emmanuelle II o el mismísimo Napoleón.

En ese mundo perdido que es Florencia, los caminos se cruzan y cada cierto tiempo se corre el riesgo de tropezar con una iglesia. Y no se puede evitar darles un vistazo a pesar de los letreros que prohíben vestir shorts y pasear animales. San Lorenzo y su aire anciano, romanesco, plagado de frescos de Lippi, Bronzino y dos sepulcros exquisitos de Donatello. Santa María Novella, enorme basílica romanesca y gótica al mismo tiempo, aunque con dotes de museo al contar con obras repartidas entre Brunelleschi, Ghirlandaio y Lippi, entre otros. Pero el centro y corazón florentino es Santa María del Fiore: Il Duomo. La gigantesca cúpula de Brunelleschi -marca registrada- junto a la torre de Giotto y la inmensidad del interior, dejan pocas palabras. Es el ser humano que se deja intimidar por su propia obra; intentando imaginar lo divino, y plasma en el arte su visión de lo inconmensurable.

En un muro lateral de la Catedral, un retrato de Dante cuelga solitario, con la Divina Comedia como fondo. Tenía razón. A fin de cuentas nuestro paso por esta vida es un poco de todo lo que el poeta nos cuenta: algunos días purgamos las culpas, otros experimentamos las llamas y de vez en cuando, deambulamos por las callejuelas fiorentinas.

Campo Dei Miracoli

Tal vez nadie discute la tradición de Venecia o Génova como potencias marítimas, y su notable influencia sobre el mediterráneo. Pero hubo una vez un rival temible para ambas, en épocas medievales que nuestra historia aún rememora.

Pisa, al contrario que muchas ciudades, recuerda sus días de gloria en aquellos tiempos en los que Gutemberg aún no había dejado su marca. Tiempos en los que el salvajismo animal de la conquista podía estar del brazo del credo, y la sabiduría dormía en los rincones de los conventos. Unida al Tirreno por el Arno, Pisa supo abrirse espacios gracias a favores papales y efímeras y traicioneras alianzas con sus vecinos. Unida a Génova contra un enemigo común (los Sarracenos), Pisa llegó a tomar el control de Sicilia y Córcega, con todos los tesoros incluidos. El saqueo fructífero a los Sarracenos y posteriormente a los Bizantinos durante las cruzadas, trajo a Pisa demasiado poder y demasiada fortuna, que debía ser transmutada en monumentos que intimidaran y opacaran a cualquier rival. Pero como en tiempos de cruzadas la excusa eclesiástica era inobjetable, Pisa se regaló el Campo dei Miracoli.

Sobre una planicie verde, en las proximidades de los muros de la ciudad, se levantó el conjunto arquitectónico medieval más importante de Europa Occidental. Comenzando por la distintiva y romanesca Catedral de Pisa. Cubierta de mármol y piedra blanquecina, protegida por masivos portones de bronce, ostenta una espectacular fachada frontal con 3 pisos de columnatas minuciosamente trabajadas. El interior no es menos impresionante. A los lados enormes lienzos claroscuristas cubren las paredes, reemplazando los trabajos medievales originales perdidos en las eventualidades. Al fondo, un mosaico monumental retrata un Cristo casi bizantino, rodeado de Juan y María. El techado, plano y recubierto de moldeados dorados con el escudo toscano, corona el edificio.

Frente a la Catedral está el Baptisterio, un edificio cilíndrico cubierto de una cúpula inmensa. Si bien es un baptisterio románico, tiene una serie de aditamentos típicamente góticos en el duomo. El interior es austero, casi vacío, lo que da una sensación de espacio sobrecogedor.








Detrás de la catedral, caprichosamente inclinada, está la Torre. No requiere mucha introducción, su forma cilíndrica y encolumnada es tan reconocible como La Estatua de La Libertad o la Eiffel. El primer piso, acabado en finísimo mármol, parece apenas estrenado, ya son 800 años y sigue reluciente, soportando el peso de un mito bizarro de la arquitectura. Los cerca de 300 escalones han visto tantos pies que hoy están completamente deformados, casi perforados. La inclinación es evidente a medida que se suben los más de 50 metros del campanario. Pero supuestamente los últimos trabajos garantizan 300 años de estabilidad inclinada. Desde la cima, una vista privilegiada de Pisa y del Camposanto.

Se dice que los cruzados trajeron tierra del Gólgota a Pisa para el Camposanto. Tal vez sea un cuento, pero lo que si trajeron fue un botín capaz de pagar uno de los cementerios más remarcables de la historia. Las tumbas descansan bajo una interminable serie de arcadas que cierran un espacio rectangular tapizado de césped. Frescos y esculturas completan la fastuosa morada de los inquilinos eternos.

El fin de la Edad Media acabaría con el esplendor pisano. Derrotada sucesivamente por venecianos y genoveses, conquistada por los Florentinos, alejada del Tirreno por los caprichos del Arno, Pisa se refugiaría –lúcida y orgullosa- en el recuerdo imperecedero morador del Campo dei Miracoli.