San Lorenzo de El Escorial
Cuánto podría haber pesado la carga de la mitad del mundo, en las espaldas de una sola persona, tan real y tan vulnerable como el primer individuo que vemos comprando en el mercado.
Esa carga la tuvo que aguantar un tal Felipe II, hace como 450 años.
Desde el despacho mas digno de un bibliotecario que de un monarca, Felipe recibía cada día noticias de lugares tan remotos como las inexploradas Filipinas o el mítico Perú.
Los mapas que ahora dornas los salones del Monasterio de El Escorial son testimonio de ese poder y dominio paradójico, inmensamente rico en apariencia y miserable bajo la mesa.
Eran también tiempos en los que la fe y la política se entremezclaban de formas extrañas. La naciente reforma protestante era al mismo tiempo una herejía y excusa subversiva que debía ser cortada. Y Felipe fue uno de los campeones contrareformistas, materializando su catolicismo en una de las obras mas grandes de los último días del renacimiento.
El Escorial está alejado de Madrid, en medio de un paraje escondido al pie de un monte, como si fuese una ermita desposeída de la precariedad debida. El Escorial es monumental y sobrio, imponente pero sin excesos. Los adornos son inexistentes, las formas son perfectas y planas, la geometía y la proporción son las reglas para entender el complejo formado por la inmensa Basílica, el monasterio, la escuela, los patios y el resto del complejo.
Si el exterior de El Escorial hunde en sentimientos de majestad, el interior es sobrecogedor por la inmensa cantidad de historia que alberga. No es solamente una historia de intrigas reales sino también la historia de pueblos que se encontraron por diversos motivos en cierto momento y no tuvieron otra que forjar un destino común. Un destino muchas veces cargado de hostilidades e intereses, pero también de complementariedad. El Escorial también es un tesoro cultural, como lo testimonian los miles de volúmenes en la biblioteca, incluyedo antiguos manuscritos agustinianos y textos medievales del mundo islámico en su época de oro. O la colección de pintura, encabezada por lienzos del excepcional maestro José de Ribera o del Greco, entre muchos otros.
Pero debajo del complejo, a 11 metros de profundidad, descansan los cuerpos de las personas que personificaron todo ese poder. Personas de gran voluntad como Felipe II, llenos de ambición como Carlos V, o vulnerables y dignos de compasión como Carlos II. De todos ellos apenas quedan huesos, nada realmente diferente a lo que se encuentra en una fosa común.
El Escorial es un oasis de tradición, historia y cultura en medio de un paisaje casi hostil, al menos en esta temporada de sol desértico e inclemente. Y recuerda a quellos tiempos en que las circunstancias ponían continentes en las manos frágiles de personas con destinos extraños.
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