8.17.2006

Aventicum: You and whose army?

En época de Vespasiano la provincia de Helvetia era un punto fronterizo crítico para el Imperio Romano, por su estratégica ubicación frente a las norteñas tribus germánicas. La frontera natural del Rhin impedía a los germanos una invasión fácil, al mismo tiempo que obstaculizaba una nueva expansión de las águilas laciales.
Durante los años de relativa paz que se alcanzó en Helvetia, la ciudad de Aventicum se consolidó como capital de la provincia. Quizá gracias a los favores del emperador Vespasiano, que vivió allí durante su infancia. Pero así como el Imperio fue cayendo ladrillo tras ladrillo, Aventicum perdió importancia con el pasar de los siglos, hasta convertirse en la villa de 3 mil habitantes que se camufla hoy bajo el nombre de Avenches, en las profundidades del Cantón de Vaud.

Pero cada año, en busca de un poco de protagonismo, Avenches saca provecho del místico anfiteatro romano que aun sigue en pie y permite que se profane su suelo con las pisadas impasibles del rock & roll. El festival Rock Oz Arènes tiene normalmente un menú repleto de nombres que van en mayúsculas y este año la tradición continúa con – afuera sombreros- radiohead.





Lausanne- Palézieux- Payerne- Avenches, tantos cambios de tren para una distancia tan corta, y ni siquiera he salido del Cantón de Vaud. Como siempre haciendo colas y esperando al plantón para poder ir a la primera línea a recibir las balas sin intermediarios. Por suerte la lluvia ha hecho tregua hoy luego de una semana de constantes precipitaciones. Luego de la larga espera los controladores descubren mi cámara fotográfica furtiva en mi bolsa y me dicen que está prohibido su ingreso. Maldita sea, debía esconderla en mi gran bocaza. Resignado dejo mi bolsa entera en consigna y vuelvo a la cola: horas de espera en vano. Pero por suerte los suizos no parecen muy despiertos y es fácil infiltrarse rápidamente. Para mi satisfacción y sorpresa, la comodidad de los suizos es más importante de lo que creí y casi nadie se ha instalado en la arena, la mayoría busca lugares en la tribuna romana. Una vez instalado frente al escenario, espero al plantón a que se abran las cortinas…

9 pantallas poligonales irregulares tapizan el fondo del escenario mientras Phil Selway pone el ritmo necesario para comenzar. Sus golpes armónicos se sincronizan con los de Ed O’Brien y Jonny Greenwood que tienen cada uno un pequeño drum-set, signatura de “There there”. Mientras tanto Thom Yorke pone la única guitarra y el peculiar instrumento que tiene en la garganta: “Just because you feel it…”. Colin Greenwood acompaña desde el fondo.
Pero enseguida el bajista retumba frenético con el bump de “The National Anthem” que retumba en los oídos de los 8000 espectadores del anfiteatro. Y luego, retrocediendo a OK Computer, la guitarra hipnótica que introduce a “Lucky”. Con Phil Selway y Colin Greenwood de fondo, Jonny y Ed O’Brien pueden darse el gusto de hincarse un momento y producir todos los ruidos posibles con las cuerdas torturadas de sus guitarras. Con “Kid A” (la canción) la experimentación va un tanto más lejos, enmarcada en el viraje turbulento del álbum homónimo.

























Solamente que radiohead todavía quiere provocar nuevos incendios, así que saca al frente algunas de sus novedades: “Banger’s n’ Mash”, nuevamente con percusión adicional y seguramente con vista a formar parte del nuevo álbum; y “Down is the new up” que también tendrá que ser debidamente grabada en algún momento. “True Love Waits”, tocada en piano por Yorke, no puede contarse entre las nuevas aunque nunca ha figurado en ningún álbum en studio.

Pero radiohead debe mucho de su peso al álbum The Bends, del que no puede faltar algún tema. “My Iron Lung” es ovacionado hasta por los extraños, a pesar de un false-start causado por una incidental falla de sonido que provoca una rendición simplemente feroz en el segundo intento. Y para que la fiebre no baje, un poco de guitarra acústica de parte de Thom Yorke: “Karma Police” con Jonny Greenwood en teclados. Sing-A-Long.

Y luego “Morning Bell” en versión Kid A, falsete inalcanzable de Yorke a la máxima potencia, antes de reventar al público con una “accesible” tonada del Amnesiac: “I Might Be Wrong”. Y un poco más de Amnesiac: “Like Spinning Plates” y la venerada “Pyramid Song”: piano y Thom Yorke en duelo, frente a frente.


























También el lado electro de radiohead necesitaba encontrar un hueco, y no faltaron “Idiotheque” y “Myxomatosis” para llenarlo. Desenfrenado y salvaje ritmo perforando los muros romanos, para luego volver a los arpegios dramáticos de “Street Spirit” que desembocan en el trance ahogado de “Climbing Up The Walls”. Y después, back to basics, “Just”, un poco de guitar-driven music:
“You do it to yourself, just you - You and no-one else – You do it to yourself!”

Y con Ed O’Brien y Colin Greenwood tocando maracas y maderitas, mientras Jonny se ocupa de los teclados, inician “Paranoid Android”. Las maracas no duran mucho tiempo y tanto Colin como Ed vuelven a sus instrumentos naturales para completar la perfección del segundo track de OK Computer. Aplausos aplausos.

Un poco más de OK Computer: “Airbag” y luego una “clásica”: “The Bends”, antes de desembocar en el Gran Final: “Everything in its right place”: versión aumentada y acolchonada en los intrincados efectos turbios de Jonny Greenwood y Ed O’Brien, mezclados en vivo en una laptop. Absolutamente todo en su lugar exacto.

Y en ese preciso instante, mientras la audiencia íntima de la arena romana aplaudía de pie, radiohead se disolvía en medio de la lluvia que terminaba su tregua y expulsaba a los profanadores de los escalones del anfiteatro.


8.07.2006

El aeropuerto de los Stones

Sentado en uno de los puntuales trenes suizos, intento entender algo del dialecto schwyzertüütsch que hablan los oriundos. Ni siquiera es homogéneo. A medida que el tren pasa por Bern, Aarau, Olten, cambian algunos sonidos y tiro la toalla. Entre tanto el tren ya llegó a Zürich. Siempre Zürich. Es lógico, aquí es donde más gente ha decidido amontonarse, así que todo sucede siempre en Zürich.



Pero a veces incluso Zürich queda pequeña. Y así es cuando se trata de de la avalancha de los Stones. Más de 40 años de una carrera sin competidores, sin comparaciones y con un legado que quiere evadir cualquier vínculo con el tiempo. El Kongresshaus queda pequeño, el Hallenstadion es insuficiente y el lago no es una opción. Pero para eso están los aeropuertos. El aeropuerto militar de Dübendorf en las afueras de Zürich fue convertido en una inmensa feria con la misión de acoger a cerca de 70 mil almas ansiosas del más puro rock n’ roll. 60 trenes especiales habían sido previstos para soportar semejante carga entre Zürich y Dübendorf, en un intento por seducir a la muchedumbre a inclinarse por el transporte público.

La marea humana guía mis pasos. Nunca en mi vida he pisado Dübendorf pero es obvio el lugar de la acción. Hay una ligera llovizna pero hay gente repartiendo impermeables desechables que no durarán mucho pero soportarán unas cuantas gotas. Las puertas del aeropuerto se abren a medio día y no hay tiempo que perder: es preciso tomar posesión de un metro cuadrado delante del escenario. Cada metro recorrido entre las puertas y la escena es una muestra del aparato comercial que sirve de antesala a las guitarras sesenteras. Puestos de venta de mercancías, de comidas de todas las especies, de bebidas de todos los aromas, toda una feria instalada únicamente para la media jornada que ésta locura pretende durar.

Es el evento más grande en su género jamás ocurrido en la Suiza. 3 tribunas para 15 mil personas han sido montadas alrededor, únicamente para éste evento, al igual que el colosal escenario principal con una plataforma de 60 metros de ancho y unos 30 de alto, pantalla extra gigante incluida. Semejante andamiaje requiere de 3 réplicas para poder cumplir con el agotador itinerario del “Bigger Bang Tour” que recorre Europa este verano. Decenas de camiones arman graderías y tarimas en una ciudad mientras las desarman en otra.


Cinco horas de espera bajo una condescendiente llovizna son el precio a pagar por un lugar en primera línea, hasta que un desgarbado anunciador viene y hace saltar al frente a los zurichois de Lovebugs. Teloneros locales, con un toque de producción aceptable pero irremediablemente ligados al soft-rock poco atrevido y poco inventivo que ha tenido tanto éxito en la era post 2000. Por más suizos que sean los Lovebugs, cantan en inglés aunque agradecen en dialecto: “Merci vielmal”. Al fin y al cabo los entremeses son entremeses y Lovebugs dejan el escenario un tanto húmedo a los británicos Kasabian. Un poco de todo el britpop electrónico de los 90s en una batidora y sale Kasabian. Bajo discreto, segunda guitarra sin muchas novedades, un vocalista con tintes de Liam Gallagher. La bata en buena forma, tal vez de lo más remarcable de ésta banda que afortunadamente se permite improvisaciones interesantes en medio de sus piezas. Por cierto el guitarrista principal, que sospecho es un invitado, sacaba algunos solos experimentales particularmente intensos. Supuestamente sacan un álbum pronto, a ver que tal les va.

El intermezzo en un aeropuerto militar cobra sentido con la llegada de una patrulla suiza de aviación. Parte del espectáculo es la presencia de 6 jets –supongo que son F5 Tigers- debidamente coloreados en rojo y blanco. Los pilotos ensayan diversas maniobras cuya peligrosidad me hace pensar si nos engañan con efectos ópticos. Dos jets que se precipitan el uno contra el otro, una aeronave que se lanza verticalmente hasta perderse en lo alto, una que se desplaza tranquilamente mientras otra dibuja una espiral alrededor de su trayectoria. Al final las seis sobrevuelan apenas por encima de la multitud, antes que aparezcan sobre el escenario 4 figuras sexagenarias que todos se desesperan por ver.

El riff de "Jumpin’ Jack Flash" es inconfundible y pone el tono del resto de la noche. Tan incendiario como en 1968, Mick Jagger aprovecha cada metro del espacioso escenario y corre en todas la direcciones. “I’m Jumpin’ Jack Flash it’s a gas gas gas!!!”. Inmediatamente después aparece algo más convencional como “It’s only rock n’ roll” o la ochentera “She’s so cold”.

Luego de una presentación de la banda (es necesario presentar a Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts? ), Keith toma el micrófono para mostrar que también tiene lo suyo -“Slipping Away”-.


En contrapartida Jagger saca una stratocaster técnicamente innecesaria para la balada "Streets Of Love", a manera de bajar un poco el ritmo. En la misma venia, una solemne interpretación campirana de "Wild Horses", coreada por lo menos en el estribillo. Un homenaje especial a Ray Charles toma un aura culminante al ritmo hipnótico de “Night Time (It's the Right Time)”. Los Stones tienen sus raíces en lo más profundo del blues norteamericano, así que le deben los honores.

Pero con los Stones el tiempo se mueve indiscriminadamente y vuelven a fines de los 70s, otra vez con Jagger en guitarra, al ritmo de “I Miss You” y su ineludible y contagioso coro. Y mientras “I Miss You” sale al aire, la batería entera de Charlie Watts literalmente se eleva y toda la plataforma que la sostiene avanza lentamente hacia el frente. La aparatosa tarima de lso Rolling Stones tiene más trucos que el inspector Gadget y transporta a toda la banda cerca de 80 metros al frente en un riel que los lleva cerca de los fascinados fans que hasta el momento se tenían que conformar con ver las pantallas gigantes. Pero la música no se detiene, Ron Wood y Keith Richards siguen riffeando mientras la plataforma se desliza hacia el frente. Allí Jagger pregunta si alguien se acuerda de “19th Nervous Breakdown” Claro que todos recuerdan. Tanto como a “Honky Tonk Woman” que es la siguiente de la lista. Y mientras tanto en el escenario principal una gigantesca lengua inflable se come la pantalla gigante. El símbolo sagrado de los Stones.

Los cuatro siguen tocando mientras su plataforma móvil vuelve lentamente a su sitio, dónde esperan tambores tribales que anuncian indefectiblemente “Sympathy for the Devil”. Pleased to meet you, won’t you gess my name. Jagger sigue corriendo de un extremo al otro mientras agita los brazos en todos los sentidos como un maniático. What’s puzzling you is the nature of my game. El techo del escenario se enciende en llamas, una serie de columnas de fuego que combinan con la lengua viperina bifurcada que proyecta la pantalla gigante. If you meet me, have some courtesy, have some sympathy and some taste.

Y para el final, claro, un poco de "Start Me Up", "Brown Sugar" y la culminante "You Can’t Always Get What You Want", que no pueden sino arrancar los alaridos de los pobres fanáticos que han caído bajo el hechizo de los sexagenarios.

Los encores llaman como rugidos y obviamente el cierre de cierres, es "Satisfaction". Solamente los osos que hibernan 40 años podrían no estar al tanto de esto: I can’t get no Satisfaction!!!

Y sobre el final llamaradas sobre el escenario, fuegos artificiales y un poco de luces bombásticas antes que la realidad nos llame de vuelta.

viva mi patria...

Lo siento, no pude resistir en colgar estos alaridos patriotas. Era una madrugada cuándo los ejecutantes entonaban la cueca y es evidente que no sabían cómo tocar una cueca. Pero bueno, al fin y al cabo ganas no faltaban :)
Por suerte en ese momento tenía los medios para registrar el civismo mezclado con chacota que al fin y al cabo es mejor que nada. Se trata de recordar un ratito a la República que con 181 años tiene que mostrar que ya pasó la pubertad.

Así que con las excusas anteriores, un homenaje un tanto desorejado a la nación boliviana.

8.03.2006

La manzana y la fiesta nacional

Primeros días de Agosto, siempre atados a recuerdos de banderas izadas e himnos entonados. Fervor cívico disimulado en un desfile y que luego es desfigurado bajo la mesa en la forma más vil.

Pero en las circunstancias actuales hablar de fiesta nacional en agosto tiene una doble connotación y un tinte rojo que poco tiene que ver con el comunismo. Rojo porque ese es el color que la tradición otorgó al estandarte del Cantón de Schwitz en la edad media. Así como sus pares de Uri y Unterwald, el cantón de Schwitz no era más que un conjunto de aldeas encaramadas en la montaña prealpina, poblado por paisanos de ruda reputación pero tradición hacendosa. Presionados por la ambición de los Habsburgo e indignados por la imposición de gobernadores, los paisanos necesitaban un líder suficientemente atrevido como para desafiar el poder invasor.

"Wilhelm Tell, paisano de Uri y notable tirador de ballesta, había ganado el respeto de toda la comarca por su lealtad, valor y altos principios. Pero Tell no veía con buenos ojos la presencia del gobernador invasor y un día, en presencia de todo el pueblo del Altdorf, se atervió a desafiar su autoridad. El gobernador, indignado e inmisericorde, conminó a Tell a disparar una flecha contra una manzana colocada sobre la cabeza de su propio hijo. Rehusar a ejecutar la sentencia significaba de todos modos la muerte de su hijo, así que Tell preparó 2 flechas; cargó una lentamente sobre su ballesta, tendió las cuerdas y rezó por su mejor tiro...y por supuesto la flecha fue directo al corazón de la manzana, para alivio suyo y consternación del pueblo que presenciaba el macabro acto. El gobernador no pudo ocultar su sorpresa ante la puntería olímpica de Tell, pero también sintió curiosidad por la segunda flecha que no había sido utilizada y quizo obtener una respuesta. Wilhelm Tell, aliviado por la suerte de su hijo pero aun herido en el orgullo, no pudo ocultar sus motivos. La segunda flecha era la de la venganza, en caso de una infortunada trayectoria de la primera. El gobernador, enloquecido por la insolencia de Tell, mandó su arresto inmediato en una barcaza. Pero nadie contaba con las habilidades de navegante y de escapista de Tell, quien no solo logró burlar a sus captores, sino que dio fin al régimen del gobernador, clavándole la segunda flecha con su mortífera ballesta."

Y así, bajo el ejemplo del valor de Tell, los representantes de Uri, Schwitz y Unterwald se reúnen en 1291 en la planicie de Grütli, y prestan el juramento solemne de unión perpétua delos tres cantones.

Wilhelm , Guillaume, Guillermo o Guichi Tell, probablemente jamás existió, y tal vez su leyenda es apenas un artificio que intenta generar una tradición helvética. Pero lo que nadie discute es que hace 700 años algo sucedió en los bosques de Uri, Schwitz y Unterwald, que movió a su gente a entablar lazos que persisten hasta hoy y que se refuerzan con cada agosto que pasa.

Es así que nació la Confederación Suiza, en manos de paisanos de los bosques insignificantes a los que nadie prestaba mucha atención, que un día descubrieron simplemente que la unión es la fuerza.