12.01.2006

The Body and the Flesh

A principios de los ochenta, en la incertidumbre musical de la década maldita, un hijo descarriado de los estándares progresivos lanzaba su última pedrada a las vitrinas de las disqueras. Peter Gabriel, en balsa solitaria desde fines de los 70s, había publicado 3 albums, todos bajo el mismo y originalísimo título “Peter Gabriel”. PG pensaba en sus álbums como capítulos de un mismo volumen, cosa que cobra algún sentido escuchándolos. Pero para fines de desambiguación, se les suele dar números (1, 2, 3) o populares nicknames: ‘Car’, ‘Scratch’ y ‘Melt’.

En la misma vena, el 4to trabajo llevó el nombre de su progenitor, así como un nickname popular: ‘Security’. Alternando menos fillers de los que se podría esperar, ‘Security’ revela algunos pasajes tétricos que por algún motivo se cuelan a menudo en toda producción gabrieliana. Cierto dramatismo cierra por ejemplo la sensible visión naturalista de ‘San Jacinto’, que refleja la obstinada perseverancia de quienes que espectan el inexorable fin de su era. ‘The Rythm of The Heat’, en un acento africano envuelve los sentidos en un bizarro y enigmático trance. O la climática ‘Wallflower’ y su explícita descripción de las prisiones de miedo y represión que nos obligan a convertirnos en lunáticos.

Pero tal vez el más oscuro rincón del ‘Security’ es ‘The Family and The Fishing Net’, una retorcida mirada a los intercambios de anillos, vestidos blancos y tortas de varios pisos. La letra en su integridad es una joya, combinada a una construcción musical no precisamente convencional e instrumentación dizque ‘electrónica’.

Silence falls the guillotine

all the doors are shut

Nervous hands grip tight the knife

in the darkness, till the cake is cut…

Una mente atribulada como la de PG se puede dar el gusto de hacer una analogía de ese tipo, y obliga a proyectar en el cerebro de los oyentes toda una grotesca serie de imágenes a medida que transcurren los 7 minutos de la pieza. La percepción ritual de la unión, llevada al extremo del absurdo por la voz de Gabriel nos quiere convencer sobre nuestra naturaleza tribal y el destino amargo de nuestras burdas nupcias.

Vows of sacrifice, headless chickens
dance in circles, they the blessed
Man and wife, undressed by all

their grafted trunks in heat possessed

Sin duda despiadado en la descripción de los eventos, ignoro los motivos para semejante ataque, pero me alegro de su existencia. Ácida interpretación gabrieliana sobre aquel paso al que tantos se ven confrontados día tras día:

Another in the Mesh…

11.26.2006

el refrito

Las insanas semanas que han pasado habrían acabado conmigo si no fuera por uno u otro orificio que logré encontrar entre los viernes y los lunes. Y así sucedió el anterior viernes, que me vio aterrizando una vez más en barcelona, junto al mediterráneo que hace soportable el otoño.

El punto de encuentro era en las afueras del Barcelona Teatre Musical, lugar dónde nos dieron las instrucciones y salvoconductos necesarios para infiltrarnos. Una vez adentro el daño ya estaba hecho.........................

Los aplausos del público -desbordante de latinos- recibieron a los salmos sectarios del Sendero de Warren Sánchez. Versículo LIX...
A pesar de los mil años que han pasado, el conjunto de instrumentos informales sigue presentándose en el mundo hispano en aforo lleno y éxito seguro. Si a la salida del teatro no se encuentra el libro 'Warren tiene todas la respuestas', en su lugar hay colecciones de DVDs de estos 5 (otrora 6 o 7) músicos que relatan 40 años de historia de absurdas genialidades.

les luthiers no podría ser sin Marcos Mundstock saliendo al medio del escenario, con el folder rojo en mano y el mirófono por delante. Ahora relata las aventuras del 7mo regimiento en Corea...
Con el bass pipe como cañón y la trompeta como casco de guerra les luthiers bombardean de nuevo.

Y en seguida presentan (je, en españa) la célebre Cantata del Adelantado Don Rodrigo díaz de Carreras..... cómo para recitarla de memoria e incluso detectar esos pequeños cambios y/o/u omisiones que se dan el gusto de hacer. Como por ejemplo el forzoso cambio del retirado Ernesto Acher por Carlos Nuñez en el papel de don Rodrigo.
Tolderías, come chingones, arullos puneños, canciones incantables, achicoria... todo el arsenal de la conquista ficticia que paradójicamente se hace tangible en una noche catalana.

San Ictícola, en una versión más encedida que cualquiera que se encuentre en DVD, permite a Jorge Maronna introducirse en un barril convertido en contrabajo y dirigirse a su comparsa de feligreses. Aunque sea en vano: "¡Veinte años que venimos a esta roca podrida a rezarle al muñequito!"

Y por supuesto tiene que haber un espacio para mostrar en pleno la virtuosidad y la amplia gama de instrumentos informales que le da sentido al nombre del grupo. 'Pepper Clemens' del único y célebre Johan Sebastian Mastropiero, es la excusa ideal. al ritmo del singular bass pipe de Daniel Rabinovich, Carlo López, Maronna y Nuñez hacen un trío de violines de lata, trío de flautas de pan hechas con tubos de ensayo, piano a 6 manos, coros y por supuesto trío de tablas de lavar con dedales.....un jazz más que particular.

Luego de una exquisita 'Quien conociera a María amaría a María', les luthiers cerraron con La Hora de la Nostalgia, con la presencia exclusiva del gran José Duval, célebre cantante de Music Hall...

Pero la gentileza del quinteto es tan grande que no renuncian al ya característico número 'fuera de programa'. Lopez Puccio Y Jorge Maronna rapean la degeneración de 'los jóvenes de hoy en día'.

un saludo a los 40 años de un noble oficio que, bajo el escudo de construcción de istrumentos informales, se encarga de mostrarnos el lado sonriente de las cosas. :)

11.11.2006

Living in The Material World

La década de los 70s fue escenario para marchas fúnebres consecutivas de las constelaciones sesenteras. Pero no se trató de una aniquilación repentina, producto de un meteoro gigante y arrasador. No. Fue muerte lenta y dolorosa, a veces en condiciones humillantes. Claro que en la farándula existen las aves fénix, que esperan el momento oportuno para el contra-ataque.

Un caso singular fue aquel de George Harrison, parte del trípode que sostuvo a la mayor banda de la historia. Su primer intento serio en solitario 'All things must pass' enmudecería a todos quienes antes habían criticado su previo silencio. El triple álbum no solo significó un éxito comercial sino musical. Una verdadera fiesta en la que participaban Clapton, los Dominos, el infaltable Ringo, Billy Preston, el fantasma de Klaus Voorman y Dave Mason. Todos bajo la batuta de un inspirado Harrison y la máquina spectoriana de producción.

Esa movida arriesgada pero felizmente efectiva del reservado ex-beatle fue seguida de un mega concierto que no hizo más que consolidar el momentum de su música. Obviamente me refiero a la presentación en el Madison Square Garden, cuya recaudación y posteriores ventas de soundtrack y film se dirigirían a obras de beneficencia (léase Concierto de Bangladesh). Oportunidad única de ver volver a George sobre la tarima luego de la controvertida renuncia de los fab-four a los escenarios en 1966. Y no solo eso: escoltado por Ringo y Jim Keltner en bata, siempre Klaus en bajo, Leon Russell y Billy Preston en teclas, Clapton con la viola y Bob Dylan como arma secreta (sacado del ostracismo, quién sabe cómo..).

Pero Harrison no era un rock-star cualquiera. La ultrafama le traía a la mente el torbellino de la beatlemanía. Esa esclavitud mediática y acoso permanente que había vivido y no quería ni recordar. Y es así que fiel a su persona, George hace en 1973 un álbum espiritual, casi religioso, con nula vocación comercial pero armado sobre un pedestal músical envidiablemente sólido.

Con el colchón de sus habituales colaboradores, Ringo, Jim Keltner, Gary Wright, Jim horn, Klaus Voorman y Nicky Hopkins; Harrison lanzó 'Living In The Material World'. Si bien el título parece evocar la inmundicia de nuestro apego a los placeres mundanos, George concibe el Mundo Material simplemente como ésta realidad en la que nos movemos día tras día. Pasamos nuestros días en este mundo, nos llevamos comida a la boca y trabajamos y dormimos y y nos partimos la espalda durante los escasos momentos que dura la vida. Pero existe ese mundo espiritual, oculto y casi ajeno, por lo menos en el mensaje estampado en los tracks que componen el álbum.

A pesar de abordar temas poco atrayentes a la masa adolescente, el álbum tuvo una buena aceptación e incluso obtuvo un #1 con el single 'Give Me Love'. Con una producción menos pomposa que la spectoriana, 'Give Me Love' indica el tono de todo el álbum: refelxivo, melódico e inundado de una sencillez y simplicidad que encuentran explicación en la personalidad de la mente maestra del Dark Horse.

En la solidez y coherencia de éste álbum se pueden encontrar algunas gemas perdidas que obviamente han quedado lejos de la miopía radial. Como 'Sue Me Sue You Blues' y la parodia de las batallas legales entre los ex-fab. O 'Be Here Now' que parece grabado en la mente de un practicante de meditación trascendental. La progresión de acordes de 'The Light That Has Lighted The World' es otro ejemplo de humildad musical que irradia más fuerza que cualquier virtuosismo. Todo eso contrarestado con la canción homónima al álbum y "The Lord Loves The One" y la efectiva combinación de rock y horns del apropiadamente bautizado Jim Horn. La re-edición del disco (una gentileza de Olivia Harrison en este 2006) incluye dos bonus para el deleite. Los B-sides 'Deep Blue' y 'Miss O'Dell' que hasta ahora se conseguían solamente en bootlegs, se acoplan perfectamente al resto del álbum y dejar salir un poco del buen y característico humor harrisoniano.

Probablemente sea la sinceridad de George que llama la atención de nuestros oídos, que se despiertan al escuchar la voz de quien trataba de encontrar un puente de coherencia entre su ser y la maquinaria de la música, all those years ago.

10.25.2006

Tunari, cerca tan cerca

Cinco mil y cincuenta. Son los metros del modesto Tunari que gobierna el departamento con el título de pico más alto. Aparte de algunas escarchas eternas la montaña apenas viste de blanco ocasionalmente. Pero no muere de envidia ante el Illimani y la cordillera Real que se ven a lo lejos; el Tunari está contento con ese sol permanente que le hace olvidar la brisa helada que llega infaltable por las tardes.


El camino desde la cruz, en plena “carretera” a Morochata, comienza como una caminata muy ligera, como agradable paseo alrededor de las lagunas que resaltan en la planicie. La sensación de vacío y de aislamiento se ve menguada por la presencia de las llamas que deambulan por pendientes imposibles y se mantienen vigilantes.
Aún cuando se pierden de vista, hacen sentir su presencia con el excremento seco que es omnipresente. Y por supuesto con las sendas que dejan marcadas, como si fuesen bicicletas. Paseo distendido.

Pero la subida en cierto momento empieza a complicarse, el terreno es más árido e inestable y las pendientes son más pronunciadas. Se siente cada centímetro. Cada paso es un esfuerzo que no pasa desapercibido. Y los moradores de esos parajes son cada vez más escasos. Pajonales amarillos, apenas unos centímetros por encima del suelo. Lagartijas que se esconden entre las rocas. En algún momento, una chinchilla que sale a lucir su cola. Esos seres extraños no dan la bienvenida, se esconden de los forasteros.




Cuando el camino se convierte en vía crucis y el paisaje hace recuerdo a mordor, uno puede darse ánimos mirando atrás y constatando que se ha subido demasiado como para retroceder. Las lagunas, llamas y colinas son miniaturas. Pero la verdadera recompensa llega al final, cuando ya no quedan piedras más que debajo de los pies y todo el valle queda a merced de la vista golosa que por lo menos por unos instantes cree descubrir una civilización perdida.

Es cierto que incluso jubilados llegan al mismo sitio sin inconvenientes y que el trecho es bastante corto, pero ese cerro y sus 5050 de algún modo hacen sentir enorme hasta al más insignificante.

9.20.2006

Jamming en Bern

De vez en cuando conviene estallar. Hacer un vaciado total, borrar los predicados de la pila mental. Hacer un reset sin preguntar si “desea guardar sus cambios”. Así que hubo que desplazarse a Berna, la capital federal, para celebrar la llegada de ciertas leyendas vivientes.

Seattle en los 90s intentó curar los males de los desafortunados 80s, lanzando bandas que hoy ya se hacen espacio en el panteón de los rockeros viscerales. Pearl Jam es una encarnación de esa línea dura y fiel a las raíces, que intenta evitar las omnipresentes tentaciones de la industria.

Con botella en mano y aspecto de leñador, Eddie Vedder se presenta ante el público bernois. Lo escoltan los fieles alfiles Stone Gossard y Jeff Ament, seguidos por el legendario Mike McCready y el ahora “oficial” batero Matt Cameron. La sola presencia de los 5 sujetos provoca una estruendosa ola que se traduce en aplastamiento para los que se apostaron delante. Esto no es para nostálgicos, el público revienta de energía y pisotea al que se queda parado. Se nota que se viene algo fuera de lo normal.







Sin mucho preámbulo Pearl Jam saca Animal de su repertorio, con la misma velocidad, sorpresa y violencia con la que el Hombre sin Nombre saca su revolver. Aparte del retumbante bajo de Ament llegan varios cabezazos y manotazos de todas partes, esto es la jungla. El tono no baja y World Wide Suicide tiene un coro suficientemente fácil como para que todos acompañen. WWSuicide, Severed Hand y Army Reserve hacen de embajadores del recientemente estrenado álbum de la banda, que parece bastante bien cargado.



Mike McCready en su esquina, obliga a corear su nombre en cada solo que le toca, quitándole el protagonismo por unos momentos a Vedder. Este último, pide a la tribuna permiso para hablar no en inglés sino en “american”, a modo de sacar unas cuántas sonrisas. Y luego sigue el bombardeo inevitable con Hail Hail, Dissident, Satan’s Bed o Last Exit. Y se responde con todos los alaridos posibles, convulsiones voluntarias, stage divers y la marea humana que se estrella contra la muralla metálica y los agentes de seguridad.

Y por supuesto Pearl Jam no desperdicia el vigor de Berna y saca de la solapa los comodines: Jeremy, Elderly Woman, Better Man y Even Flow. Como para destruir el Bern Arena.
Difícilmente Pearl Jam repite el setlist en sus conciertos así que para los encores se puede esperar cualquier cosa. Arrancan con un viejo recuerdo: Garden, y luego provocan el maremoto de rigor con Do the Evolution: “I can kill ‘cause in God I Trust”. Y para dar fin y despedirse como debe ser regalan una versión aniquiladora de la unánimemente popular Alive.

Pero es evidente que nadie quiere ir tan temprano a su casa así que la aclamación general llama a la banda a comparecer por segunda vez. Y vuelven pateando el tablero: Why Go. E inmediatamente hacen el puente con la contagiosa Rocking in The Free World (panderetas incluidas), para luego finalizar con el himno oficial de despedida, Yellow Ledbetter. Al cerrar Yellow Ledbetter Pearl Jam siente que Berna merece un premio por el salvajismo y hacen un incinerado cover de Little Wing de Hendrix.

Pearl Jam seguirá masacrando Europa por unos meses al mando de Eddie Vedder y su botella, con esa sinceridad brutal y sin encajes, que a veces parece en peligro de extinción.

--fotos: Tinker Taylor --
--video: djungelolja --

9.16.2006

Con Dante por Toscana

Son los últimos momentos medievales de Firenze –o Florencia. A fuerza de batallas fratricidas la urbe se ha ganado el liderazgo regional. Los guelfos han derrotado a lo gibelinos pero se han dividido en dos facciones. Dante Alighieri ha escogido el bando equivocado y es exiliado de su patria. Vivirá el resto de su vida deambulando por la península, maldiciendo a sus jueces y condenándolos al infierno que él mismo se encargó de crear. Dante jamás volvió a Firenze –pena de muerte como excusa- pero hoy, luego de unos cuantos siglos, su figura es omnipresente y su nombre bendecido en cada rincón de su ciudad natal. Quizá porque Dante simboliza la imposible transición entre el oscurantismo medieval y el humanismo renacentista.

La tumba de Dante está en Ravenna pero Firenze tiene otra, vacía y monumental, dentro de la Basílica di Santa Croce. En estilo románico, ésta basílica franciscana alberga sepulcros de vecinos dignos del autor de la Commedia: Gioachinno Rossini, Niccolò Machiavelli, Galileo y Michaelangelo. Y eso es poco si se siguen revisando las listas de artistas y genios que alguna vez se pasearon por las tumultuosas callejuelas de la capital toscana.


Bajo la tutela de la poderosa familia Medici –Lorenzo El Magnífico a la cabeza- los artistas del renacimiento encontrarían el camino de regreso a la ancestral perfección griega, llegando incluso a sobrepasarla. Hoy esa evolución es visible en la Gallerie della’Accademia. El simbolismo y la terrorífica pintura codificada de la edad media contrastan con la magnificencia y sensibilidad humana que despliegan Andrea del Sarto, Ghirlandaio o Boticcelli. Utilizando temas religiosos como excusa, los maestros italianos no controlaban su obsesión por la figura humana. El deseo de reproducir la vida en lienzos y mármoles eternos ocupaba su mente y sus acciones, al punto de lanzarse a los más minuciosos estudios anatómicos, cadáveres en mano. El ejemplo más claro y emblemático de esa visión, de pie en un salón construido exclusivamente para exhibirlo, es el David de Michaelangelo. Tal vez la estatua más célebre de todos los tiempos, David salió de un bloque de Carrara, abandonado en los talleres florentinos y adoptado por un Michaelangelo veinteañero. Más cerca del Apolo olímpico que de la visión judía del Rey David, la figura marmórea observa desafiante a su rival, tal vez sin medir las consecuencias de su próximo golpe, con esa seguridad naïve de quien está dispuesto a arrojarse al vacío antes que retroceder. Es la personificación arriesgada del renacentismo florentino, y hoy tanto la original como la copia que resguarda las puertas del Palazzo Vecchio, aún absorben las miradas de los pasantes insignificantes.

El Palazzo Vecchio ha servido y sirve aún como sede del gobierno fiorentino. Mutación entre palacio y fortaleza, el edificio está coronado por la singular Torre d’Arnolfo, que alguna vez también sirvió de prisión. En los tiempos de gloria de la República fiorentina, los grandes eventos tenían lugar al interior, en el Salone del Cinquecento. Sala monumental como muy pocas hay en Europa, ésta albergaba al desaparecido gran consejo de la república. Los frescos inmensos de Vasari ocupan el alto y ancho de los muros, con escenas idealizadas de la historia toscana, obviamente batallas en su mayoría. Victorias sobre Pisa y Siena reflejadas en combates míticos minuciosamente detallados que no terminan de ser examinados por nuestra limitada vista.

Pero el Palazzo Vecchio no es el único recuerdo de los Medici. A pocos metros la Galleria degli Uffizi es un imán de turistas. Una visita al interior equivale a un paseo por la evolución artística, principalmente entre los siglos XIV y XV. Algunos de los más espectaculares ejemplos de pintura de la Edad Media Baja cuelgan de los muros. Retablos dorados, rostros y figuras desprovistas de toda perspectiva, escenas macabras yuxtapuestas a sublimes; toda la turbia mente medieval está comprimida en esas pinturas. Pero en un momento de la historia -transpuesto a un momento en la exposición- cierta gente decidió observar su mundo y celebrar la vida (con financiamiento de por medio, por supuesto). La transición generacional es fantásticamente representada por Filippo Lippi y su hijo Filippino. Unas pocas décadas y la diferencia es incuestionable, y eso que no se trata de un maestro del tamaño de Botticcelli, que por cierto tiene una sala propia en la Galleria. Y por razones obvias. El lazo entre el renacimiento florentino y la Grecia clásica se hace explícito en el Nacimiento de Venus, en el reconocimiento divino de la naturaleza humana. Y de ese modo, a través de cada lienzo, de cada Rafaello, Tiziano o Ghirlandaio, la Galleria degli Uffizi presta al azaroso curioso un pedazo del mundo de hace 500 años, retratado por los pinceles mas aventurados. Una sección final de la Galleria rinde tributo al sinónimo de Genio, Leonardo da Vinci, no solo a través de su pintura sino sus otras y múltiples ocupaciones. Si alguien se aburre de ver a la Gioconda, atrévase a imaginar a San Jerónimo, concluido. Difícil imaginar la perfección encima de la perfección.

Saliendo de Uffizi se llega en pocos pasos a orillas del Arno. Verde y algoso, afortunadamente no pestilente, el río está debidamente canalizado, como recuerdo de más de un rebalse. Y en medio, el Ponte Vecchio, dotado de una sobrepoblación de joyeros que literalmente han instalado sus comercios EN el puente. Ninguna novedad en la promiscua Europa medieval; una extraña excepción en estos días. El Puente Viejo conduce a la parte “nueva” de la villa, en la que se destaca inobjetablemente el Palacio Pitti. Otro recuerdo de los Medici, aunque en un estilo más imponente que elegante. Eso no impide sin embargo que se exhiba una colección importante de obras, Tiziano, Raffaello y el infaltable Rubens incluidos. El Palacio albergó a los Medici hasta la extinción de la línea, para luego ser ocupado por personajes tan dispares como Vittorio Emmanuelle II o el mismísimo Napoleón.

En ese mundo perdido que es Florencia, los caminos se cruzan y cada cierto tiempo se corre el riesgo de tropezar con una iglesia. Y no se puede evitar darles un vistazo a pesar de los letreros que prohíben vestir shorts y pasear animales. San Lorenzo y su aire anciano, romanesco, plagado de frescos de Lippi, Bronzino y dos sepulcros exquisitos de Donatello. Santa María Novella, enorme basílica romanesca y gótica al mismo tiempo, aunque con dotes de museo al contar con obras repartidas entre Brunelleschi, Ghirlandaio y Lippi, entre otros. Pero el centro y corazón florentino es Santa María del Fiore: Il Duomo. La gigantesca cúpula de Brunelleschi -marca registrada- junto a la torre de Giotto y la inmensidad del interior, dejan pocas palabras. Es el ser humano que se deja intimidar por su propia obra; intentando imaginar lo divino, y plasma en el arte su visión de lo inconmensurable.

En un muro lateral de la Catedral, un retrato de Dante cuelga solitario, con la Divina Comedia como fondo. Tenía razón. A fin de cuentas nuestro paso por esta vida es un poco de todo lo que el poeta nos cuenta: algunos días purgamos las culpas, otros experimentamos las llamas y de vez en cuando, deambulamos por las callejuelas fiorentinas.

Campo Dei Miracoli

Tal vez nadie discute la tradición de Venecia o Génova como potencias marítimas, y su notable influencia sobre el mediterráneo. Pero hubo una vez un rival temible para ambas, en épocas medievales que nuestra historia aún rememora.

Pisa, al contrario que muchas ciudades, recuerda sus días de gloria en aquellos tiempos en los que Gutemberg aún no había dejado su marca. Tiempos en los que el salvajismo animal de la conquista podía estar del brazo del credo, y la sabiduría dormía en los rincones de los conventos. Unida al Tirreno por el Arno, Pisa supo abrirse espacios gracias a favores papales y efímeras y traicioneras alianzas con sus vecinos. Unida a Génova contra un enemigo común (los Sarracenos), Pisa llegó a tomar el control de Sicilia y Córcega, con todos los tesoros incluidos. El saqueo fructífero a los Sarracenos y posteriormente a los Bizantinos durante las cruzadas, trajo a Pisa demasiado poder y demasiada fortuna, que debía ser transmutada en monumentos que intimidaran y opacaran a cualquier rival. Pero como en tiempos de cruzadas la excusa eclesiástica era inobjetable, Pisa se regaló el Campo dei Miracoli.

Sobre una planicie verde, en las proximidades de los muros de la ciudad, se levantó el conjunto arquitectónico medieval más importante de Europa Occidental. Comenzando por la distintiva y romanesca Catedral de Pisa. Cubierta de mármol y piedra blanquecina, protegida por masivos portones de bronce, ostenta una espectacular fachada frontal con 3 pisos de columnatas minuciosamente trabajadas. El interior no es menos impresionante. A los lados enormes lienzos claroscuristas cubren las paredes, reemplazando los trabajos medievales originales perdidos en las eventualidades. Al fondo, un mosaico monumental retrata un Cristo casi bizantino, rodeado de Juan y María. El techado, plano y recubierto de moldeados dorados con el escudo toscano, corona el edificio.

Frente a la Catedral está el Baptisterio, un edificio cilíndrico cubierto de una cúpula inmensa. Si bien es un baptisterio románico, tiene una serie de aditamentos típicamente góticos en el duomo. El interior es austero, casi vacío, lo que da una sensación de espacio sobrecogedor.








Detrás de la catedral, caprichosamente inclinada, está la Torre. No requiere mucha introducción, su forma cilíndrica y encolumnada es tan reconocible como La Estatua de La Libertad o la Eiffel. El primer piso, acabado en finísimo mármol, parece apenas estrenado, ya son 800 años y sigue reluciente, soportando el peso de un mito bizarro de la arquitectura. Los cerca de 300 escalones han visto tantos pies que hoy están completamente deformados, casi perforados. La inclinación es evidente a medida que se suben los más de 50 metros del campanario. Pero supuestamente los últimos trabajos garantizan 300 años de estabilidad inclinada. Desde la cima, una vista privilegiada de Pisa y del Camposanto.

Se dice que los cruzados trajeron tierra del Gólgota a Pisa para el Camposanto. Tal vez sea un cuento, pero lo que si trajeron fue un botín capaz de pagar uno de los cementerios más remarcables de la historia. Las tumbas descansan bajo una interminable serie de arcadas que cierran un espacio rectangular tapizado de césped. Frescos y esculturas completan la fastuosa morada de los inquilinos eternos.

El fin de la Edad Media acabaría con el esplendor pisano. Derrotada sucesivamente por venecianos y genoveses, conquistada por los Florentinos, alejada del Tirreno por los caprichos del Arno, Pisa se refugiaría –lúcida y orgullosa- en el recuerdo imperecedero morador del Campo dei Miracoli.

8.17.2006

Aventicum: You and whose army?

En época de Vespasiano la provincia de Helvetia era un punto fronterizo crítico para el Imperio Romano, por su estratégica ubicación frente a las norteñas tribus germánicas. La frontera natural del Rhin impedía a los germanos una invasión fácil, al mismo tiempo que obstaculizaba una nueva expansión de las águilas laciales.
Durante los años de relativa paz que se alcanzó en Helvetia, la ciudad de Aventicum se consolidó como capital de la provincia. Quizá gracias a los favores del emperador Vespasiano, que vivió allí durante su infancia. Pero así como el Imperio fue cayendo ladrillo tras ladrillo, Aventicum perdió importancia con el pasar de los siglos, hasta convertirse en la villa de 3 mil habitantes que se camufla hoy bajo el nombre de Avenches, en las profundidades del Cantón de Vaud.

Pero cada año, en busca de un poco de protagonismo, Avenches saca provecho del místico anfiteatro romano que aun sigue en pie y permite que se profane su suelo con las pisadas impasibles del rock & roll. El festival Rock Oz Arènes tiene normalmente un menú repleto de nombres que van en mayúsculas y este año la tradición continúa con – afuera sombreros- radiohead.





Lausanne- Palézieux- Payerne- Avenches, tantos cambios de tren para una distancia tan corta, y ni siquiera he salido del Cantón de Vaud. Como siempre haciendo colas y esperando al plantón para poder ir a la primera línea a recibir las balas sin intermediarios. Por suerte la lluvia ha hecho tregua hoy luego de una semana de constantes precipitaciones. Luego de la larga espera los controladores descubren mi cámara fotográfica furtiva en mi bolsa y me dicen que está prohibido su ingreso. Maldita sea, debía esconderla en mi gran bocaza. Resignado dejo mi bolsa entera en consigna y vuelvo a la cola: horas de espera en vano. Pero por suerte los suizos no parecen muy despiertos y es fácil infiltrarse rápidamente. Para mi satisfacción y sorpresa, la comodidad de los suizos es más importante de lo que creí y casi nadie se ha instalado en la arena, la mayoría busca lugares en la tribuna romana. Una vez instalado frente al escenario, espero al plantón a que se abran las cortinas…

9 pantallas poligonales irregulares tapizan el fondo del escenario mientras Phil Selway pone el ritmo necesario para comenzar. Sus golpes armónicos se sincronizan con los de Ed O’Brien y Jonny Greenwood que tienen cada uno un pequeño drum-set, signatura de “There there”. Mientras tanto Thom Yorke pone la única guitarra y el peculiar instrumento que tiene en la garganta: “Just because you feel it…”. Colin Greenwood acompaña desde el fondo.
Pero enseguida el bajista retumba frenético con el bump de “The National Anthem” que retumba en los oídos de los 8000 espectadores del anfiteatro. Y luego, retrocediendo a OK Computer, la guitarra hipnótica que introduce a “Lucky”. Con Phil Selway y Colin Greenwood de fondo, Jonny y Ed O’Brien pueden darse el gusto de hincarse un momento y producir todos los ruidos posibles con las cuerdas torturadas de sus guitarras. Con “Kid A” (la canción) la experimentación va un tanto más lejos, enmarcada en el viraje turbulento del álbum homónimo.

























Solamente que radiohead todavía quiere provocar nuevos incendios, así que saca al frente algunas de sus novedades: “Banger’s n’ Mash”, nuevamente con percusión adicional y seguramente con vista a formar parte del nuevo álbum; y “Down is the new up” que también tendrá que ser debidamente grabada en algún momento. “True Love Waits”, tocada en piano por Yorke, no puede contarse entre las nuevas aunque nunca ha figurado en ningún álbum en studio.

Pero radiohead debe mucho de su peso al álbum The Bends, del que no puede faltar algún tema. “My Iron Lung” es ovacionado hasta por los extraños, a pesar de un false-start causado por una incidental falla de sonido que provoca una rendición simplemente feroz en el segundo intento. Y para que la fiebre no baje, un poco de guitarra acústica de parte de Thom Yorke: “Karma Police” con Jonny Greenwood en teclados. Sing-A-Long.

Y luego “Morning Bell” en versión Kid A, falsete inalcanzable de Yorke a la máxima potencia, antes de reventar al público con una “accesible” tonada del Amnesiac: “I Might Be Wrong”. Y un poco más de Amnesiac: “Like Spinning Plates” y la venerada “Pyramid Song”: piano y Thom Yorke en duelo, frente a frente.


























También el lado electro de radiohead necesitaba encontrar un hueco, y no faltaron “Idiotheque” y “Myxomatosis” para llenarlo. Desenfrenado y salvaje ritmo perforando los muros romanos, para luego volver a los arpegios dramáticos de “Street Spirit” que desembocan en el trance ahogado de “Climbing Up The Walls”. Y después, back to basics, “Just”, un poco de guitar-driven music:
“You do it to yourself, just you - You and no-one else – You do it to yourself!”

Y con Ed O’Brien y Colin Greenwood tocando maracas y maderitas, mientras Jonny se ocupa de los teclados, inician “Paranoid Android”. Las maracas no duran mucho tiempo y tanto Colin como Ed vuelven a sus instrumentos naturales para completar la perfección del segundo track de OK Computer. Aplausos aplausos.

Un poco más de OK Computer: “Airbag” y luego una “clásica”: “The Bends”, antes de desembocar en el Gran Final: “Everything in its right place”: versión aumentada y acolchonada en los intrincados efectos turbios de Jonny Greenwood y Ed O’Brien, mezclados en vivo en una laptop. Absolutamente todo en su lugar exacto.

Y en ese preciso instante, mientras la audiencia íntima de la arena romana aplaudía de pie, radiohead se disolvía en medio de la lluvia que terminaba su tregua y expulsaba a los profanadores de los escalones del anfiteatro.


8.07.2006

El aeropuerto de los Stones

Sentado en uno de los puntuales trenes suizos, intento entender algo del dialecto schwyzertüütsch que hablan los oriundos. Ni siquiera es homogéneo. A medida que el tren pasa por Bern, Aarau, Olten, cambian algunos sonidos y tiro la toalla. Entre tanto el tren ya llegó a Zürich. Siempre Zürich. Es lógico, aquí es donde más gente ha decidido amontonarse, así que todo sucede siempre en Zürich.



Pero a veces incluso Zürich queda pequeña. Y así es cuando se trata de de la avalancha de los Stones. Más de 40 años de una carrera sin competidores, sin comparaciones y con un legado que quiere evadir cualquier vínculo con el tiempo. El Kongresshaus queda pequeño, el Hallenstadion es insuficiente y el lago no es una opción. Pero para eso están los aeropuertos. El aeropuerto militar de Dübendorf en las afueras de Zürich fue convertido en una inmensa feria con la misión de acoger a cerca de 70 mil almas ansiosas del más puro rock n’ roll. 60 trenes especiales habían sido previstos para soportar semejante carga entre Zürich y Dübendorf, en un intento por seducir a la muchedumbre a inclinarse por el transporte público.

La marea humana guía mis pasos. Nunca en mi vida he pisado Dübendorf pero es obvio el lugar de la acción. Hay una ligera llovizna pero hay gente repartiendo impermeables desechables que no durarán mucho pero soportarán unas cuantas gotas. Las puertas del aeropuerto se abren a medio día y no hay tiempo que perder: es preciso tomar posesión de un metro cuadrado delante del escenario. Cada metro recorrido entre las puertas y la escena es una muestra del aparato comercial que sirve de antesala a las guitarras sesenteras. Puestos de venta de mercancías, de comidas de todas las especies, de bebidas de todos los aromas, toda una feria instalada únicamente para la media jornada que ésta locura pretende durar.

Es el evento más grande en su género jamás ocurrido en la Suiza. 3 tribunas para 15 mil personas han sido montadas alrededor, únicamente para éste evento, al igual que el colosal escenario principal con una plataforma de 60 metros de ancho y unos 30 de alto, pantalla extra gigante incluida. Semejante andamiaje requiere de 3 réplicas para poder cumplir con el agotador itinerario del “Bigger Bang Tour” que recorre Europa este verano. Decenas de camiones arman graderías y tarimas en una ciudad mientras las desarman en otra.


Cinco horas de espera bajo una condescendiente llovizna son el precio a pagar por un lugar en primera línea, hasta que un desgarbado anunciador viene y hace saltar al frente a los zurichois de Lovebugs. Teloneros locales, con un toque de producción aceptable pero irremediablemente ligados al soft-rock poco atrevido y poco inventivo que ha tenido tanto éxito en la era post 2000. Por más suizos que sean los Lovebugs, cantan en inglés aunque agradecen en dialecto: “Merci vielmal”. Al fin y al cabo los entremeses son entremeses y Lovebugs dejan el escenario un tanto húmedo a los británicos Kasabian. Un poco de todo el britpop electrónico de los 90s en una batidora y sale Kasabian. Bajo discreto, segunda guitarra sin muchas novedades, un vocalista con tintes de Liam Gallagher. La bata en buena forma, tal vez de lo más remarcable de ésta banda que afortunadamente se permite improvisaciones interesantes en medio de sus piezas. Por cierto el guitarrista principal, que sospecho es un invitado, sacaba algunos solos experimentales particularmente intensos. Supuestamente sacan un álbum pronto, a ver que tal les va.

El intermezzo en un aeropuerto militar cobra sentido con la llegada de una patrulla suiza de aviación. Parte del espectáculo es la presencia de 6 jets –supongo que son F5 Tigers- debidamente coloreados en rojo y blanco. Los pilotos ensayan diversas maniobras cuya peligrosidad me hace pensar si nos engañan con efectos ópticos. Dos jets que se precipitan el uno contra el otro, una aeronave que se lanza verticalmente hasta perderse en lo alto, una que se desplaza tranquilamente mientras otra dibuja una espiral alrededor de su trayectoria. Al final las seis sobrevuelan apenas por encima de la multitud, antes que aparezcan sobre el escenario 4 figuras sexagenarias que todos se desesperan por ver.

El riff de "Jumpin’ Jack Flash" es inconfundible y pone el tono del resto de la noche. Tan incendiario como en 1968, Mick Jagger aprovecha cada metro del espacioso escenario y corre en todas la direcciones. “I’m Jumpin’ Jack Flash it’s a gas gas gas!!!”. Inmediatamente después aparece algo más convencional como “It’s only rock n’ roll” o la ochentera “She’s so cold”.

Luego de una presentación de la banda (es necesario presentar a Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts? ), Keith toma el micrófono para mostrar que también tiene lo suyo -“Slipping Away”-.


En contrapartida Jagger saca una stratocaster técnicamente innecesaria para la balada "Streets Of Love", a manera de bajar un poco el ritmo. En la misma venia, una solemne interpretación campirana de "Wild Horses", coreada por lo menos en el estribillo. Un homenaje especial a Ray Charles toma un aura culminante al ritmo hipnótico de “Night Time (It's the Right Time)”. Los Stones tienen sus raíces en lo más profundo del blues norteamericano, así que le deben los honores.

Pero con los Stones el tiempo se mueve indiscriminadamente y vuelven a fines de los 70s, otra vez con Jagger en guitarra, al ritmo de “I Miss You” y su ineludible y contagioso coro. Y mientras “I Miss You” sale al aire, la batería entera de Charlie Watts literalmente se eleva y toda la plataforma que la sostiene avanza lentamente hacia el frente. La aparatosa tarima de lso Rolling Stones tiene más trucos que el inspector Gadget y transporta a toda la banda cerca de 80 metros al frente en un riel que los lleva cerca de los fascinados fans que hasta el momento se tenían que conformar con ver las pantallas gigantes. Pero la música no se detiene, Ron Wood y Keith Richards siguen riffeando mientras la plataforma se desliza hacia el frente. Allí Jagger pregunta si alguien se acuerda de “19th Nervous Breakdown” Claro que todos recuerdan. Tanto como a “Honky Tonk Woman” que es la siguiente de la lista. Y mientras tanto en el escenario principal una gigantesca lengua inflable se come la pantalla gigante. El símbolo sagrado de los Stones.

Los cuatro siguen tocando mientras su plataforma móvil vuelve lentamente a su sitio, dónde esperan tambores tribales que anuncian indefectiblemente “Sympathy for the Devil”. Pleased to meet you, won’t you gess my name. Jagger sigue corriendo de un extremo al otro mientras agita los brazos en todos los sentidos como un maniático. What’s puzzling you is the nature of my game. El techo del escenario se enciende en llamas, una serie de columnas de fuego que combinan con la lengua viperina bifurcada que proyecta la pantalla gigante. If you meet me, have some courtesy, have some sympathy and some taste.

Y para el final, claro, un poco de "Start Me Up", "Brown Sugar" y la culminante "You Can’t Always Get What You Want", que no pueden sino arrancar los alaridos de los pobres fanáticos que han caído bajo el hechizo de los sexagenarios.

Los encores llaman como rugidos y obviamente el cierre de cierres, es "Satisfaction". Solamente los osos que hibernan 40 años podrían no estar al tanto de esto: I can’t get no Satisfaction!!!

Y sobre el final llamaradas sobre el escenario, fuegos artificiales y un poco de luces bombásticas antes que la realidad nos llame de vuelta.