5.03.2006

Υδρα

El puerto de Atenas es Pireos. En el pasado se trataba de dos ciudades distintas pero hoy resulta difícil decir donde empieza una y termina la otra. Al salir de la estación de trenes de Pireos uno se topa directamente con el mar y una colección de embarcaciones para todos los gustos. Así, como si se tratara de viaje en flota, se venden tickets de todos los tipos imaginables, en pequeñas oficinas una al lado de la otra frente al muelle.

Semejante movimiento y el canto de las sirenas que devoran a los marinos incautos me obligó a dirigirme a una de esas oficinas y de algún modo terminé con un boleto en la mano. Ya que mi estadía en las épicas tierras helénicas no podía durar demasiado tomé un delfín (así llaman a esas embarcaciones) en dirección a una de las islas Sarónicas que están entre Ática y el Peloponeso: Hidra. Siguiendo las instrucciones griegas de la tripulación procedí a encontrar mi butaca, que me tuvo que aguantar durante unas cuantas horas de viaje.

Llegando a Hidra a bordo de un delfín.

Hidra es una pequeña isla alargada que vive casi exclusivamente del turismo. No solamente del turismo extranjero sino del turismo griego. Especialmente en pascuas, los atenienses se lanzan desesperadamente a los archipiélagos en busca de un poco de tranquilidad y ocio. La isla posee solamente un poblado que es precisamente el puerto de Hidra. Aparte de ese pequeño pueblo solamente hay pequeñas propiedades regadas en el resto de la superficie insular. Al llegar al puerto, Hidra recibe a los barcos exhibiendo antiguos cañones que seguramente fueron utilizados hace mucho tiempo en época de guerras contra los turcos. Hoy no queda ningún indicio de conflicto alguno, Hidra es un sinónimo de paz absoluta. La reglamentación de la isla prohíbe la circulación de vehículos motorizados, así que la gente está obligada a usar sus pies o un efectivo equipo de mulas que está a disposición. Al no haber automóviles ni motos ni camiones, al interior de la isla no hay vías pavimentadas, todo camino es empedrado, ripiado o simplemente en tierra.


El puerto de Hidra.

Pronto vi que uno de esos caminos enterrados tomaba una dirección errabunda, así que no pude resistir seguirlo. Luego de saciar el hambre con un efectivo Pita sándwich, fui a recorrer la costa de Hidra en compañía de unas mulas que pasaban por ahí. Luego de algunos kilómetros de marcha y adentrándome un poco en el territorio, pude notar que los lechos de arroyos y riachuelos estaban totalmente secos. Irónico para una isla que tiene por nombre Hidra. Mas tarde pude evidenciar que la isla se aprovisiona de agua por medio de barcos cisterna que llegan periódicamente del continente.

A medida que uno se aleja del puerto los ruidos de la gente son reemplazados por un silencio falso que en realidad es una combinación de otros ruidos más sutiles. Por ejemplo el sonido del enjambre de abejas que parecían demasiado ocupadas como para tratar de picarme. O aquella conversación entre pajarracos griegos a los que entiendo en igual medida que a sus colegas humanos. También los pasos de las mulas que no se dignan en mirar al caminante extranjero que se pasea maravillado. Pero por supuesto también está el sonido que hace el mar cuando golpea la rocosa costa de Hidra. Las pequeñas playas de Hidra son salvajes, pedregosas y llenas de rocas. Son espacios reducidos en los que el hombre puede conversar con Poseidón y pedirle que en el próximo viaje no convoque a la furia de las aguas ni provoque la ira de Ceto.

3 commentaires:

Alexey a dit…

Un sonido que siempre me recuerda a Grecia son los grillos (?) de los bosques de arboles de oliva.

No pierdas la oportunidad de comer en una taverna griega, pregunta a los nativos donde se encuentra la mejor.

Unknown a dit…

excelente lo de la taberna.

"HYDRA SEAL" HYDRA'S ECOLOGICAL ASSOCIATION est 1988 a dit…

http://hydraecologists.blogspot.com