London Calling
Un avión de esos pintados de naranja fue suficiente para llevarme al corazón de unas islas que por insignificantes que parezcan, hace no mucho dominaban un buen trozo del mundo. London Gatwick es el aeropuerto en el que aparecí luego de dormir por una hora en un reducido asiento para viajeros amarretes. London tiene tanta gente que viene y va que tiene –por lo menos a mi conocimiento- 4 aeropuertos a disposición de los escapistas. En todo caso un viaje adicional de media hora es necesario para ir de Gatwick a la estación Victoria, que está en medio de la ciudad. Claro que antes de entrar en territorio inglés, se vinieron las preguntas: -qué quiere usted aquí? - -no tenía nada que hacer en casa así que decidí darme una vuelta por su boliche- -ah, maravilla, pero no se olvide irse pronto, ok?- -no problem-.
Al comprar mi boleto de tren recordé que los francos no me serían de mucha utilidad así que procedí a aprovisionarme de libras esterlinas, que me hicieron recuerdo a un célebre político allá en mi tierra natal (dicen que se robó unas libras esterlinas allá por los 50s). Un tanto contrariado por el cambio de moneda, compré mi boleto y subí al tren, que me mostraba interminables paisajes de campos verdes al estilo inglés, con las típicas series de casas en ladrillo visto y equipadas con infaltables chimeneas. Pero al llegar a London, la zona se tornó algo más “industrial” y la bulla se hizo más evidente. Extraño escuchar un inglés inglés y no ese idioma de zona franca que se usa en la escuela. Sucede que en la escuela todos hablan su propia versión del inglés y se escucha efectivamente distinta a la original. Raro.
Saliendo de la estación me doy cuenta que estoy en Westminster. No es que sea muy astuto sino que todas las calles tienen el subtítulo “City of Westminster” que delata la ubicación. Entonces emprendí una marcha un tanto aleatoria, suponiendo que me dirigía hacia el Tamesis o Thames, que suena mejor. No fueron necesarios muchos pasos para percibir el aire londinense: Buses rojos de 2 pisos por todos lados, taxis negros a la antigua, cabinas telefónicas con la marca real, cielo gris no muy amigable y conductores que no se dan cuenta que sus autos deben pasar por un taller de transformers.
Mi caminar desorbitado tuvo la suerte de llevarme en poco tiempo a la catedral católica de Westminster. Los católicos en Inglaterra fueron perseguidos e incluso ejecutados en ciertas épocas, por ejemplo durante el reinado de Elizabeth I. Los jesuitas fueron algunos de los más buscados, gracias a las conspiraciones a las que se brindaban a solicitud papal. Pero en el siglo XIX las cosas se apaciguaron y les dejaron establecerse legalmente en el país. Es así que a principios del siglo XX se inauguró ésta espléndida catedral, enladrillada por fuera y cubierta de mármol por dentro. El diseño inspirado en la arquitectura bizantina, le otorga una cierta presencia difícil de explicar. En medio de edificios posmodernos la iglesia resalta particularmente. Sin embrago por lo visto las obras no han concluido, existen algunas capillas al interior que están en trabajos. Pero el resto es impresionante. Un aire solemne y sombrío reinaba el lugar por ser semana santa. Los velos cubrían algunas imágenes y algunos fieles hacían sus oraciones. Mientras tanto yo podía admirar algunas de las capillas, como aquella en la que se honra a San Agustín. Este Agustín no debe confundirse por cierto con el “doctor de la Iglesia”, obispo de Hipona. Este Agustín es aquel que fue enviado por el Papa a Inglaterra para convertir a los paganos anglosajones que reinaban en Inglaterra a fines del siglo V.
Seguí caminando por un rato hasta que unas inconfundibles siluetas me indicaron que estaba en el centro de la acción de London. Sucede que estaba en frente de la Abadía de Westminster, que es todo un emblema de Inglaterra. La iglesia fue remodelada mil veces pero en esencia es un edificio gótico. Incluso las dos grandes torres que ostenta son góticas aunque fueron construidas en el siglo XVIII. La Abadía de Westminster es el lugar tradicional de coronación de todos los reyes de Inglaterra, así que es testigo de tantas páginas de historia que asusta. Por si no fuera suficiente misticismo encerrado en sus paredes, un ejército de personalidades descansa en paz en el lugar. Darwin, Newton, Dickens, Kipling, Laurence Olivier son algunos ejemplos. Oliver Cromwell también fue pomposamente enterrado al interior, aunque luego fue exhumado y colgado post-mortem al reestablecerse la monarquía. Extrañas historias se cuentan en tierras británicas.
Estuve entreteniéndome un poco mas por las orillas del Thames, hasta que recordé que debía atravesar la ciudad para llegar a unos de esos hostales para jóvenes paracaidistas.
Thames y St. Paul. Una tarde londinense.
1 commentaire:
Londres se lleva las nubes de toda Europa, por acá en Madrid nos hacen falta unas cuantas.
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