10.31.2005

H.C.F. Mansilla: El ámbito precolombino y la cultura autoritaria

HCF Mansilla rema contra corriente. Conviene leer sus impresiones para entender algunos discursos que actualmente inundan los medios e inevitablemente las mentes expuestas a estos.

Durante el último medio siglo los países andinos han experimentado notables procesos de modernización, que han generado una especialización de funciones, una diferenciación de los tejidos sociales y una expansión sin precedentes de los estratos medios. El fenómeno más importante y curioso es, empero, la pervivencia de mentalidades premodernas en medio del proceso de modernización acelerada. Actitudes autoritarias, prerracionales, convencional–conservadoras y tradicionalistas persisten paralelamente a la adopción de normativas occidentales modernas en la esfera económica, la administración pública y el ámbito académico.


No hay duda de los notables logros del Imperio Inca (y de las culturas que lo antecedieron) en muchos terrenos de la actividad humana, logros que se extienden desde la arquitectura y la infraestructura de comunicaciones hasta prácticas de solidaridad inmediata y un sentimiento estable de seguridad, certidumbre e identidad, lo cual no es poco, ciertamente. La dignidad superior atribuida a lo supra–individual fomentó valores de orientación y modelos organizativos de índole colectivista. Los padrones ejemplares de comportamiento social eran la predisposición a la abnegación y el sacrificio, la confianza en las autoridades y el sometimiento de los individuos bajo los requerimientos del Estado. Todo esto condujo a una actitud básica que percibía en la tuición gubernamental algo natural y que consideraba todo cambio social como algo negativo e incómodo.

Las civilizaciones precolombinas no conocieron ningún sistema para diluir el centralismo político, para atenuar gobiernos despóticos o para representar en forma permanente los intereses de los diversos grupos sociales y de las minorías étnicas. La homogeneidad era su principio rector. Esta constelación no ha fomentado el surgimiento de pautas normativas de comportamiento y de instituciones gubernamentales que resultasen a la larga favorables al individuo como persona autónoma, a los derechos humanos como los concebimos hoy, a una pluralidad de intereses que compitiesen entre sí y, por consiguiente, al florecimiento de un espíritu crítico–científico.

Las comunidades indígenas se hallan hoy inmersas en un proceso de modernización, y es verosímil que esto último haya sido inducido por factores exógenos, como el contacto diario con el mundo moderno y la influencia de la escuela y de los medios masivos de comunicación. Paralelamente a esto las culturas indígenas del presente conservan a menudo rasgos autoritarios en la estructuración social, en la mentalidad colectiva y también en la vida cotidiana y familiar. Estos fenómenos no concitan el interés de los partidos indigenistas y de sus intelectuales, quienes más bien fomentan una autovisión de los aborígenes basada en un panorama idealizado y falso del pasado: las culturas precolombinas habrían sido profundamente democráticas y no habrían conocido relaciones de explotación y subordinación. En resumen para el ámbito andino: la civilización incaica debería ser vista como un socialismo revolucionario y original, pero en estadio embrionario. Es precisamente esta concepción la que dificulta la difusión de un espíritu crítico–científico: promueve una visión complaciente y embellecida de la propia historia, atribuye todas las carencias del pasado y de la actualidad a los agentes foráneos y evita un cuestionamiento de los valores de orientación del propio pueblo. En este campo las corrientes izquierdistas y nacionalistas no han significado una ganancia cognoscitiva y más bien han contribuido a consolidar los aspectos autoritarios en el mundo indígena.

También hoy entre cientistas sociales existen tabúes, aun después del colapso del socialismo. Así como antes entre marxistas era una blasfemia impronunciable achacar al proletariado algún rasgo negativo, hoy sigue siendo un hecho difícil de aceptar que sean precisamente los pueblos indígenas y los estratos sociales explotados a lo largo de siglos —y por esto presuntos depositarios de una ética superior y encargados de hacer avanzar la historia— los que encarnan algunas cualidades poco propicias con respecto a la cultura cívica moderna, a la vigencia de los derechos humanos y al despliegue de una actitud básicamente crítica.

No hay duda de que casi todos los sectores indígenas intentan adoptar lenta pero seguramente numerosos rasgos básicos del mundo occidental, sobre todo en los campos de la técnica y la economía. Como este designio tiene lugar, al mismo tiempo, con el redescubrimiento de sus valores ancestrales, lo que finalmente emerge es una compleja y contradictoria amalgama que tiene una relevancia decisiva para la configuración de la identidad nacional. En los países andinos se puede constatar una controversia entre la conservación de la tradicionalidad aborigen y los intentos de alcanzar la modernidad a la brevedad posible. Esta pugna es particularmente clara en grupos indígenas de urbanización reciente y formación universitaria. Además hay que consignar que numerosas reivindicaciones indígenas encubren conflictos habituales y prosaicos por la posesión de recursos naturales cada vez más escasos, como tierras agrícolas y fuentes de agua. Nada de esto es sorprendente, pues pertenece al acervo de la historia universal.

2 commentaires:

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